Ahora que estamos aca, bien cerca del cielo,
agarrá tu daga y abrime el pecho y retirame el corazón a sangre fría.
Para que se me vaya esta angustia, esta desesperación.
Con mis arterias, negras del hollín de mi revolución interior, asfixiame y honrá mi muerte.
Mientras mis ojos se rompen como cristales muy débiles y mis manos se funden con la tierra,
mirame a los ojos y repetime tus ultimas tres palabras.
Una,
dos,
tres.
Y mi alma para siempre va a ser aire, y mi corazón para siempre va a ser fuego.
Y asi es como terminaron nuestros días.
Sobre la tierra donde me mataste ahora hay un fresno, libre y vivido, escondido y sombrío.
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